domingo, 1 de agosto de 2010

Panduro

Panduro pasó a saludar, ya bien entrada la mañana, mientras yo andaba sola en mis ejercicios de tai chi. Iba en su bicicleta prestada hacia el kilómetro 9, donde alguien lo esperaba para tomarse unas cervezas, en pleno mediodía. Sólo toma cerveza pues dice que el anís del aguardiente le sienta mal y es lo que produce guayabo. Es peruano y moreno, con enormes arrugas que le surcan la sonrisa fácil y abierta. Le calculo unos cincuenta años y muchas jornadas de trabajo duro bajo el sol. Le pregunté por qué le decían Panduro, y me enteré que es un apellido peruano, su apellido paterno. Ignoro cuál es su nombre de pila, todos aquí lo llaman Panduro. Pero la verdad es que no le queda mal el nombre, cuando se lo conoce. Es un hombre curtido y recio, que no parece temerle a nada. Bueno, confiesa temerle al Amazonas (el río), pero cualquiera debería tenerle respeto a semejante cantidad de agua, oscura y torrenciosa, en la que no se sabe qué se esconde y que se podría tragar a cualquiera sin que se sepa su suerte; un río venido de las profundidades de una selva que imagino que sólo algunos pocos amazonenses han explorado hasta el fondo. Quizás ni ellos mismos.

Panduro sabe trabajar la madera y le pide permiso a cada planta antes de cortarla. Quizás preferiría no hacerlo, pero no tiene otro modo de subsistencia. Aunque solo cursó hasta tercero de primaria -su padre no quiso darle más estudio-, se defiende por sí mismo desde los diez años y decidió que la mejor universidad era la de la vida. No cambia la vida del campo, pues no se amaña en las ciudades. En las calientes, porque son demasiado calientes (siempre es más fresco estar cerca del bosque, bajo la sombra protectora de los árboles), y en las frías porque entonces no se bañaría nunca, él, que se baña siempre con agua fría. Dice que el agua fría es lo que le evita a uno la vejez, y que por eso los indios se mueren sólo de accidentes o de enfermedades, pero nunca de viejos. El agua caliente hace que lleguen pronto las canas.

Conoce los secretos de las plantas, incluso las que curan el cáncer (una combinación especial de tres plantas de la selva que nunca mueren, aunque las poden de raíz) y asegura que esa es una enfermedad producida por los malos comportamientos. Por ejemplo, las mujeres que tienen relaciones sexuales durante el período menstrual, o que lo hacen hasta tres veces al día. También los hombres que beben demasiado, y se emborrachan con aguardiente o con ron. Piensa que es un mal de la gente con dinero, pues a los pobres nunca les da cáncer (al menos eso dice él). De todos modos algo de cierto debe tener su sabiduría, pues la gente adinerada suele tener preocupaciones y cargas más pesadas y con ellas una carga de estrés más grande, y los tumores terminan llegando por ahí.

Hablar con Panduro en realidad es escucharlo hablar y contar toda clase de historias sobre su vida. Tiene tantas experiencias encima que se siente su áurea de persona sabia, y sabe manejarse perfectamente en este mundo sin haber terminado la primaria. Se ve que es difícil engañarlo o hacerle daño. Piensa que para hacer daño basta con los malos pensamientos, pues la mente es poderosa y lo que llaman brujería, o magia negra, no son más que las malas intenciones dirigidas hacia alguien. Asimismo asegura que basta con llamar a una mujer (o a un hombre) con la mente, para que caiga rendida(o) a sus pies. Se ve que él es capaz de dominar sus pensamientos y seguramente también es perfectamente capaz de todo lo que dice. Quizás así conquistó a sus dos esposas.

Con la primera tuvo una hija a la que nunca conoció, pues le dijo a ella que si lo hacía se la llevaría adentro de la selva a enseñarle todo lo que sabe. De todos modos no está seguro de que sea su hija, pues se fue para ver si la hija lo seguía ("porque la sangre llama a la sangre")... y se quedó sin mujer y sin hija. A su segunda mujer, doña Carmen, la terminó conquistando por ayudarla a salir de la cárcel (asuntos de drogas, con los que pareciera que todos aquí tienen una historia). Él conocía a las autoridades locales, o más bien las autoridades lo conocían a él, pues cuando llegó a Colombia lo interrogaron con polígrafo por no tener papeles y él dijo la verdad: "vine a matar a un hijueputa que maltrataba a mi hermana". Un tal Juan Carlos que se perdió en el Putumayo. De allí lo conocen los policías y los jueces de por aquí. Pero Panduro es un hombre justo, y se le ve en la mirada que no dañaría a nadie solo por hacer el mal.

El caso es que sacó a Carmen de la cárcel y ella se quedó con él. Vivieron 14 años hasta que él entendió que no soportaba vivir a su lado. Lo gobernaba, lo interrogaba y desconfiaba demasiado de su palabra. Aunque él le daba la mitad de lo que ganaba, para ella nunca era suficiente y siempre le pedía más dinero para los hijos del primer matrimonio de ella. Incluso cuando los niñitos ya eran mayores de edad y debían más bien ayudarla a ella. "Es que era para mí el gasto y para ella el gusto", cuenta. Se cansó. A pesar de todo siguen juntos, se hablan y él la considera su mujer, pero él vive en el kilómetro 17 y medio y ella en el 11. Así han podido estar mejor, sin tantas peleas ni problemas. No sobra la cantaleta, pero creo que a Panduro ya se le está endureciendo el oído. Eso o va a tener que decidir nuevas cosas con su vida. Yo no sé todavía lo que son catorce años de convivencia, pero sé que el matrimonio no es cosa fácil para nadie, aunque al principio lo parezca (estoy segura de que ningún casado me llevará la contraria en esto). Y en el caso de Panduro, mejor vivir bien separados que mal juntos.

Aunque Panduro cuente una historia dos veces, nunca se contradice pues habla con la verdad. Para descubrir una mentira, dice, basta con preguntar lo mismo dos veces. Si las respuestas son diferentes, la mentira está descubierta. A la larga, eso es lo que hacemos las mujeres muchas veces, y por eso descubrimos tantas mentiras en los hombres. Hilando cabos sueltos.

Después de fumarse tres Pielrojas seguidos siguió camino en la bicicleta, bajo un sol canicular de mediodía que no lo arredra, "porque se va despacíiiito". Es el estilo local: aquí la gente anda siempre sin afán y sin preocupaciones. Nadie acosa a nadie y los planes se arman justo en el momento. Es difícil planear algo con antelación; como dice Chan, "en el Amazonas todo puede pasar".

Antes de irse me recomendó una receta para las lentejas: mezclarlas con atún y echarles caldo de gallina, para que queden sabrosas. Lo ensayé y funcionó de maravilla, pues las recetas en Canangucho -a kilómetros de la tienda más cercana- tienden a parecerse con el pasar de los días y la poca variedad de ingredientes. Nuestra cocina es abundante en pasta, cebolla cabezona, limones, tomate, atún, sardinas, pescado seco, arroz, café, cereales para el desayuno, plátanos, papas y naranjas. Los bananos y la papaya sólo sobreviven un par de días antes de madurarse demasiado, por el calor y la humedad. Los guardamos en la nevera, que congela todo pues le falta la puerta del congelador interior. Conviene, porque la luz se va todos los días y si la nevera no fuera tan fría la comida se echaría a perder.

1 comentario:

  1. mi querida exploradora
    maravillosas historias de la selva
    me alegra saber que eres feliz
    y aprendiendo muchas cosas

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