domingo, 1 de agosto de 2010

Arianne y Nicolás

Finalmente encontré la casa en el árbol donde vive la amiga canadiense que hice aquí en mi primer viaje. Es pequeña y encantadora, sencilla hasta el extremo, con una cama, una silla y un mesoncito por todo mobiliario. Es extraño ver una casa encaramada en un árbol, sostenida por largas vigas de madera, pero que tiene suelo de cemento, sanitario fregadero y ducha. El sifón de los dos primeros cae directamente en la tierra, bajo el árbol. El del sanitario... no me fijé, pero supongo que hay una cañería de aguas negras ;)

Arianne vive con Nicolás, su novio colombiano con el que lleva ocho meses desde que se conocieron en Buenos Aires. Atravesaron Suramérica a pie, en un trayecto parecido al que hicimos Andrés y yo, pero en dirección contraria; aunque pasaron por otros lugares (¡hay tanto por conocer!). Atravesaron casi a pie el desierto (¿de Atacama?) al norte de Chile, y fue una prueba dura para su relación, pues la deshidratación y la insolación hicieron mella en los ánimos. Ahora viven en el Amazonas, mientras ella recolecta material para su tesis de maestría en fotografía documental, que completará en Londres. Él espera terminar su pregrado en medicina veterinaria el próximo mes (para lo cual deben volver a Bogotá).

Hace un par de semanas estuvieron en Santa Lucía, un poblado indígena sin turistas, alejado de la civilización, que tiene luz eléctrica sólo por tres horas diarias y donde la comunidad se apelotona entera frente a un televisor viejo, pequeñito y con mala señal, para ver lo que pasa en el mundo exterior. Les impresionó la vida de esas gentes, tan natural que son todavía inocentes y donde los niños no conocen el vicio ni la violencia. Arianne tomó fotografías que encantaron a sus profesores de Londres, poco acostumbrados a esos temas gráficos.

Por desgracia, los occidentales no tenemos defensas activas para las enfermedades de la selva a las que los indígenas están acostumbrados (y viceversa). Se contagiaron de una gripa fuerte que un insecto trasmite por la piel. Fiebre, malestar, cama obligada y pastillas recetadas, los dejaron inactivos a los dos un buen par de semanas. Las heladas recientes (más de cinco días seguidos en los que la selva estuvo más fría que Bogotá) debieron hacer también su efecto. Mis visitas, por consiguiente, fueron cortas y espaciadas. Aunque Arianne me ofreció su cabaña para hospedarme cuando yo todavía estaba en Bogotá, preferí dejarlos descansar en estos días y reponer fuerzas. Quizá nos visiten la semana entrante en Canangucho, para ayudar en las labores de desmontaje en las que un par extra de manos de seguro no sobrarán.

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