miércoles, 28 de julio de 2010

Desatrasándome

¡Regresé!
Les cuento que logré recuperar mis archivos. No estaban muertos... estaban de parranda. Pues un virus me dañó el sistema de carpetas, pero gracias a Linux (bendito sea el software libre) logré leer la información. Pego aquí los dos días que debía de desatraso y pido disculpas por mi renuncia provocada por la precipitación de los acontecimientos. Aclaro que de todos modos no me queda fácil actualizar el sitio, pero trataré de hacer lo que pueda. Aquí va, pues, mi reporte del viernes pasado:

Ya llegué a la selva. Hoy aterricé en la reserva Canangucho, donde Chan (el gestor y administrador) me recibió tan calurosamente que me siento apenada, pues no sé si pueda retribuirle su generosidad. No he podido comunicarme con la chica que tiene la casa en el árbol, donde iba a quedarme unos días. Ella no tiene teléfono ni medio de contacto más que esperar a que conteste los mensajes que le dejo en Facebook. Pero Chan ha sido mi salvación. Gracias a él puedo aprovechar los últimos días que le quedan a este lugar, pues por desacuerdos con la dueña del terreno tienen que irse. Pero no hay rollo, pues se trasladan a Ágape, una reserva similar que tienen en el kilómetro 11 (5 kilómetros más cerca de Leticia), donde todo está ya montado. Le ofrecí a Chan mi ayuda con el traslado, pero tal parece que es un trabajo demasiado duro para una mujer. Algo saldrá que pueda hacer por él, aunque en este momento no tengo muy claro si me estoy quedando aquí en calidad de invitada o si soy una huésped regular. No importa. De todos modos, el lugar vale la pena en cualquiera de los dos casos, y no pienso hacer mucho más por aquí que respirar aire verdaderamente puro y contemplar el paisaje. Ya en el viaje pasado conocí como turista, creo que en este me dedicaré a la contemplación pasiva.

Hoy, por ejemplo, tuve la oportunidad de contemplar a Avispado, el mico que le trajeron a Chan para ser salvado, pues los cazadores mataron a su mamá. Ahora debe aprender a vivir solo antes de que lo liberen nuevamente en la selva. Pero a juzgar por la manera en que sigue a Chan a todos lados, yo diría que Avispado piensa que él es su mamá y no lo va a dejar tan fácilmente. Chan lo bautizó así, aunque no precisamente por su sagacidad. Ojalá aprenda a vivir salvajemente.

También hay tres gatitos nuevos, hijos de Copal, la gata que estaba en celo la última vez que la vi, hace seis meses. El celo dio sus frutos y Chan está contando los días para regalar a los mininos, pues comen como elefantes (además de lactar) y destrozan todo lo que tienen al alcance, como cualquier gato joven. Me recordó a mis dos gatos, cuando estaban creciendo y cada semana se trepaban medio metro más cerca del techo, y nada parecía detenerlos. Gracias a Dios ya les llegó la adultez y podemos respirar tranquilos. Pero quien haya tenido gatos pequeños puede entender la desesperación de Chan.

Creo que mi llegada aquí sorprendió a alguien en las nubes, pues no llevaba quince minutos en Canangucho cuando se desató un vendaval que nos dejó encerrados cada uno en su cabaña. Pero las tormentas amazónicas son pasajeras (no sé si todas, para ser franca) y una hora después teníamos cielo despejado y sol reluciente.

Mientras escribo esto, la luna casi llena asoma en medio de la espesura y nos acompaña, silenciosa, con el sonido calmante de la selva, de fondo.

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